viernes, 30 de octubre de 2009

MARIBEL


Maribel es como me llamaba mi madre. De pequeña pensaba que el nombre cambiaba con la edad, pero como tampoco he crecido mucho me he quedado con el mismo, aunque el que consta en mi fe de bautismo es: María Isabel Virtudes Francisca. Gran denominación para un cuerpo pequeño y menudo. Mujer a medio terminar, así se puede ver en el color de mis ojos, no se acabaron de decidir, quedándose tal como hoy están, brindándome así mi mayor signo de identidad.
Como todo géminis que se precie, me caracteriza un estado de ánimo variable, parecido al clima mediterráneo. Cuando llega la primavera siento un impulso incontrolado de volar, son ansias de libertad. En cambio, cuando siento el frio del otoño, me recojo en mi misma, buscando calor y afecto, recordando el útero materno. Lamento no ser un oso, para poder hibernar, esperando una nueva primavera. Todo esto queda reflejado claramente en mis ojos; cada uno con su identidad , el derecho tiene un color no definido, es una amalgama de verdes, marrones, grises y mi lado negativo, donde se mezclan sentimientos, emociones, dudas, sin encontrar la mirada objetiva. El izquierdo es azul en los días soleados y alegres, capaz de vivir, soñar y disfrutar cada momento. Cuando el día se nubla se vuelve gris. Creo que cuando llueve llora, aunque no le caiga ni una lágrima. Me gustaba mí nariz respingona de niña, síntoma de curiosidad me decían, pero con el paso del tiempo se ha ido ensanchando, perdiendo todo su encanto y manteniendo su afán por conocer. De la boca prefiero no hablar, me creó muchos complejos, que superados o no, vienen y van. El cabello original era mi devoción, ocupaba toda mi atención, pero con la edad ya se sabe: modas, cortes, tintes y las temibles canas cuando aparecen.
De todo, me quedo con mis ojos, si alguien fuera capaz de mirarlos fijamente, lo descubriría todo en mí o quizás se perdería en ellos como yo me pierdo en mí.